Canto XXI de la Ilíada
La furia del río Janto
Los troyanos huían por la llanura, llenos de terror. Y cuando llegaron
junto al Janto, muchos se echaron a las aguas para escapar de la muerte. Como
las langostas que, acosadas por la violencia del fuego, buscan el río, así el
Janto se llenó de hombres y caballos. La corriente resonaba y los troyanos
nadaban intentando salvar sus vidas, mientras eran arrastrados por los
remolinos.
Aquiles dejó su lanza en la orilla, saltó al río con la espada y comenzó
a herir a muchos enemigos. Se levantó un horrible griterío y el agua se tiñó de
sangre. Cayeron Asteropeo, Tersíloco, Midón, Trasio, Enio y muchos más. Y
Aquiles hubiera seguido matando si el río de profundos remolinos no se hubiera
transfigurado en hombre para decirle:
–¡Aquiles! Superas a los demás hombres tanto en tu valor como en tus
indignas acciones. Mi hermosa corriente está llena de cadáveres que obstruyen
mi cauce y no me dejan verter el agua al mar. Y tú sigues matando de un modo
atroz. Aléjate ya; me tienes horrorizad, príncipe de hombres.
Y respondió Aquiles:
–Escamadro,[1]
no dejaré de matar troyanos hasta que los acorrale en la ciudad y me enfrente
con Héctor, para que él me mate a mí o yo acabe con él.
Dicho esto, Aquiles saltó al centro del río. Pero este lo atacó
enfurecido: hinchó sus aguas y revolvió la corriente, arrastró hasta las
orillas a muchos muertos y al mismo tiempo salvaba a los vivos ocultándolos
entre sus remolinos. Grandes y fuertes olas caían sobre Aquiles, y el héroe no
podía mantenerse en pie. Se aferró a un olmo[2]
grueso y frondoso, pero el árbol fue arrancado de raíz y cayó al agua. Aquiles,
asustado, trepó al olmo y volvió a la orilla. Pero el gran dios no dejó de
perseguirlo: lanzó tras él más olas, anegando la tierra. Aquiles corría y la
corriente iba tras él. Las aguas azotaban, cansando sus rodillas y aflojando el
suelo a sus pies. Entonces el hijo de Peleo, con la mirada puesta en el cielo,
se lamentó:
–¡Padre Zeus! ¿Cómo no viene ningún dios a salvarme de la persecución
del río? ¡Ojalá hubiera muerto en manos de Héctor! Entonces, un valiente
hubiera matado a otro valiente. Pero ahora el Destino quiere que yo perezca de
una muerte miserable, como un niño que, al intentar cruzar el río, es atrapado
por sus aguas.
Y las olas púrpuras ya arrastraban de nuevo a Aquiles, cuando Hera le
dijo a Hefesto:
–¡Levántante, hijo querido! Ayuda pronto a Aquiles haciendo aparecer tus
inmensas llamas. Con el Céfiro y el veloz Noto[3]
voy a causar una gran ráfaga que provoque un incendio destructor. Se quemarán
las cabezas y armas de los troyanos. Tú enciende sobre los árboles de las
orillas del Janto y envuélvelo en fuego.
Así dijo, y Hefesto arrojó una llama abrasadora que incendió la llanura
y quemó muchos cadáveres. El campo se secó y el agua dejó de correr. Luego
Hefesto dirigió su llama al río, y ardieron los olmos, los sauces, los
tamariscos y los juncos que crecían en las orillas. Anguilas[4]
y peces padecían y saltaban de un lado al otro, y el río, quemándose también,
hablaba así:
–¡Hefesto! Ninguno de los dioses te iguala y no quiero luchar contigo ni
con tu llama ardiente. Deja de perseguirme, y que Aquiles arroje de la ciudad a
los troyanos. ¿Qué interés tengo yo en esa pelea?
Así dijo; Hefesto apagó, entonces, las llamas y las olas retrocedieron
hacia la hermosa corriente. Pero los demás dioses siguieron peleando. Zeus,
sentado en el Olimpo, sonreía al verlos. Ares insultó a Atenea y la atacó con
su lanza, pero ella tomó una enorme piedra negra con la punta afilada e hirió a
Ares en el cuello, derribándolo. Entonces le dijo:
–¡Necio! Aún no te diste cuenta de que soy más fuerte. Así padecerás por
haber abandonado a los aqueos en favor de los troyanos.
Afrodita, hija de Zeus, acudió para sacar a Ares de allí, tomándolo de
las manos. Cuando Hera la vio, le dijo a Atenea estas palabras:
–Aquella pulga de perro saca a Ares del combate. ¡Ve tras ella!
Atenea corrió hacia Afrodita y, alzando su robusta mano, descargó un
golpe sobre su pecho. Las rodillas y el corazón de Afrodita desfallecieron, y
tanto ella como Ares quedaron tendidos en la fértil tierra. Atenea se
vanaglorió diciendo:
–¡Ojalá todos los que ayudan a los troyanos fuesen tan audaces e
intrépidos como Afrodita! Hace tiempo hubiéramos ganado la guerra.
Así se expresó, y Hera sonrió. Después los dioses volvieron al Olimpo,
irritados unos, y otros satisfechos por el triunfo. Todos se sentaron junto a
Zeus, el de las sombrías nubes.
Mientras tanto, Aquiles mataba hombres y caballos. El anciano Príamo,
desde la torre, veía al hijo de Peleo y a los troyanos que huían ante él, ya
sin fuerzas para resistir. Entonces bajó y les ordenó a los que custodiaban las
puertas de la muralla:
–¡Abran las puertas para que pasen a la ciudad los guerreros que huyen
espantados! Y, tan pronto como lleguen, vuelvan a cerrarlas, para impedir la
entrada del funesto Aquiles en nuestra ciudad.
REFERENCIAS
- Afrodita: diosa
del amor
- Ares: dios de
la guerra y la violencia
- Atenea: diosa
protectora de la guerra
- Céfiro y Noto:
los vientos eran representados a menudo como dioses alados. Noto era el dios
del viento sur que traía las tormentas de finales de verano y de otoño. Céfiro
era el dios del viento oeste
- Hera: diosa de
la familia, esposa de Zeus
- Hefesto: dios
del fuego
- Príamo: el rey
de Troya
[1] El río Escamandro o Janto aparece aquí personificado: es capaz de
entablar un diálogo e, incluso, de enfrentar a Aquiles.
[2] El olmo es un árbol que puede alcanzar veinte metros de altura, de
tronco robusto, copa ancha y espesa y flores blanco-rojizas.
[3] Los vientos eran a menudo representados como dioses alados. Se
correspondían con los puntos cardinales. Noto era el dios del viento sur que
traía las tormentas de finales de verano y de otoño. Céfiro era el dios del
viento del oeste.